CANTAR DE SERONDA
MARILUZ CRISTOBAL CAUNEDO

Don Fruela. Villaviciosa y Colunga. Mio güelu fue picaor. Llegué pa casa enfiláu. Cigarreres de Xixón. Somedana. Canto a Avilés. Vaqueira. Ventanina. A Covadonga. La Llechera. Aunque soi tan pequenina. La flor del romeru. Madrugues tanto. Cantar de boda. Nel pozu d'El Fondón. Onde vas de madrugada. Mio madrina.

 

En Octubre sopla l'airón de les castañes y los lagares son aroma de manzana prensada y frescor de sidra del duernu, dulce y densa. En el ADN sentimental de los asturianos que llegaron a conocer la cultura campesina tradicional, todavía alienta ese tiempo de magüestos, esbilles y esfoyaces, de samartinos y filandones. En aquellas reuniones sociales se trabajaba comunalmente, a la vez que se recordaban historias y anécdotas humorísticas, se bailaba, se cantaba y acostumbraban a terminar juegos pícaros y jolgorio. Eran la antesala de las que vendrían en las tardes frías y oscuras de la invernada cuando, alrededor del hogar, la casa era el cobijo de la palabra vieja, el templo de la transmisión oral de la tradición, del saber colectivo pasando de abuelos a nietos.

Cantar de Seronda se terminó en plena otoñada, significativamente justo después de Los Santos, la fiesta cristianizada del Samain de los antiguos celtas, en la que celebraban el principio de los meses oscuros y la muerte como continuidad, no como final. Las dos caras de una misma existencia, la vida y la muerte repitiéndose cíclica, eternamente.

El disco es el reflejo de muchas duplicidades complementarias, unas inherentes a la esencia misma de la tonada y las vaqueiras, otras fueron surgiendo poco a poco al desarrollar el trabajo. En sus dieciocho temas hay palabras de amor y olvido, duda y esperanza, congoja y alegría, pasión y rechazo, orgullo y desprecio... No podía ser de otra manera, porque en el cantar más profundamente nuestro se escucha el vivir de los asturianos.